Historia de San Valentín (II): “De Madrid al Cielo”
Muchos me han preguntado sobre la entrada anterior...
Os cuento, es una historia ficticia pero basada en experiencias previas, y si nos ponemos serios sería un caso de gestión de expectativas.
Lo que viene a continuación es un relato que escribí para la asignatura de literatura cuando estaba en 3º de BUP (hace ya unos 18 años). Es la historia de amor de mis yayos, Francisco y Rosa, el mejor ejemplo que os puedo poner de amor verdadero y puro. Espero que os guste
Es el 15 de agosto de 1934. Festividad de la Asunción de Nuestra Señora. España entera está de fiesta. En pueblos y ciudades se celebran las Vírgenes de agosto. En Sevilla, la Virgen de los Reyes, patrona de la ciudad, desde que el Santo Rey Fernando III la recobrara para la Cristiandad. En Madrid, ya sabemos que su patrona es Nuestra Señora de la Almudena, pero todo el mundo se vuelca hoy con su Virgen de la Paloma. Por la mañana Santa Misa y procesión y por la tarde, la Verbena de la Paloma, inmortalizada por las notas del maestro Bretón. Y aquí entre chulapos y chulapas, manolos y manolas, felipes y mari pepas, agua, azucarillos y aguardiente, churros, porras y chocolate, y con la alegre música de los organillos comienza nuestra historia.
Dos jóvenes madrileños. Él, Francisco, tez morena, cabello rizado negro como el azabache; valiente como un Cid; culto como Don Quijote, que tan pronto se absorbía en Kant, Ortega o Unamuno, como se deleitaba con Fray Luis o Juan de la Cruz, o se embutía en el personaje del Tenorio; noble y leal como un caballero navarro. Tan hábil con el arco, no obstante había estudiado violín con el maestro Amadeo Vives, como certero con la pluma, de la que salían delicados versos de una exquisita caligrafía. Ella, Rosita, de blanca faz como la luna, pero, de castaños rizos resplandecientes como un sol, cual princesa transportada de los cuentos de hadas o de las doncellas que, en Camelot, entregaban su corazón a los valientes paladines en la corte del Rey Arturo.
Francisco y Rosita están allí. Francisco se queda fascinado de la belleza de Rosita y no puede evitar el fuerte latir de su corazón. Piensa: no puedo marcharme sin conocer su nombre. Decide acercarse y en ese mismo instante surge un gran amor, el más grande jamás existido. Pero son muy jóvenes, él 17 años, ella, más aún, casi una niña, tal vez su primer amor. Y el encuentro no perduró.
Francisco, hacedor de mil batallas, quiere olvidar y volar, pero se queda en la mar. Se alista como voluntario en la Marina de Guerra Española, y lo que sería un corto periodo, se hace una eternidad. España está en guerra. Hermanos contra hermanos. La tragedia mayor que se puede cernir sobre un pueblo. Tres años de lucha fratricida. 1 de abril de 1939. Por fin, la paz. Dicen que hubo vencedores y vencidos. Pero como en todas las contiendas todos han perdido. La tierra quemada, las ciudades destruidas, las familias desgarradas lloran a sus muertos. Tendrán que pasar muchos años para cerrar las heridas. Francisco vuelve a casa.
Mientras tanto Rosita, encuentra en su trabajo, en la vida civil, el vacío que en su corazón ha quedado.
La ciudad de Madrid, empieza a recobrar su vida cotidiana, y una vez más se dispone a celebrar a su Paloma. Los estruendos de los cañones se olvidan en el alegre vibrar de los organillos. Han pasado cinco años desde aquella primera y última verbena de Francisco y Rosa, pero el Divino Hacedor, les vuelve a unir en el mismo sitio que se conocieron. Su amor resurge como “el Ave Fénix de entre las cenizas”. Han madurado. Él ha vivido la cercanía del combate, y ella ya es una mujer, pero conserva la frescura y la ternura de aquél primer encuentro. Seguro que cuando se han sentido cerca, por sus mentes habrá pasado: Francisco de mi vida, Rosita de mi alma. Juntos de nuevo después de cinco años. No hay reproches, todo amor y ternura. No hay preguntas. Ya no hay nada ni nadie que los pueda separar y comienzan un caminar juntos.
Pero los hombres no aprenden. Antes fue España, ahora es toda Europa. El viejo continente de nuevo es pasto de las llamas. Guerra y destrucción. Francisco siente que los ideales que han ido configurando su vida están en peligro. Su amor por Rosita ha crecido de día en día, y se ha visto correspondido. Pero es la defensa de esos mismos ideales y de su amor, lo que le hace responder al compromiso que su patria, tiene en la Segunda Guerra Mundial. Se alista como voluntario en la gloriosa y heroica División Azul. Después de un corto período de adiestramiento, en los que eran pocos los momentos de encuentros, el 28 de noviembre de 1941, parte en tren hacia San Sebastián. De nuevo la tristeza de la separación. Pero era tan grande el amor que tiene por su amada, y la incertidumbre que le aguarda, que pide permiso para poder volver durante diez días y poder contraer matrimonio.
La prensa se hace eco de la noticia.
El 27 de diciembre sale hacia San Sebastián. Otra vez la separación. El 14 de enero cruza la frontera hacia un destino incierto. Primero Alemania. La División 250. Después Rusia. Y para Rosita una angustiosa y larga espera.
En el frente ya está su hermano Antonio, soltero, menor que él y que había partido en agosto de ese mismo año. El encuentro es emocionantísimo. Se funden en un abrazo como un solo hombre. Juntos luchando por una misma causa. Francisco en primera línea. Antonio en tercera, quiere cambiarle el puesto, para preservarlo y de esta forma Rosita no quedaría viuda. Francisco no acepta el sacrificio de su hermano. Hace grandes amistades. Sobre todo hay una muy especial, y que conservará durante toda su vida: Enrique.
Las cartas que él escribe, llenas de cariño y amor, no le llegan a Rosita. Se teme lo peor. Le dan por desaparecido. Pero no fue así, gracias a Dios él estaba vivo y esperando el regreso al hogar.
Él hacía de correo, encargándose de llevar la información de la batalla a sus superiores La Navidad de 1942 la pasan en el Palacio de verano de Catalina en Leningrado, que había sido tomado por el ejército Alemán. Aunque la vida en el frente es muy dura no faltan los buenos momentos. Como posee una gran habilidad, decora la mesa con manteles, de ricos bordados, hechos con papeles de periódicos y así recibir con todos los honores palaciegos al nuevo año. Pasa muchas calamidades y peligrosas misiones, soportando noches de gélidas temperaturas con el abrigo de su gran amigo de cuatro patas, su perro.
El 2 de mayo de 1943 es licenciado. El 14 ya está en casa, después de más de dieciséis meses de campaña. El hecho de estar casado, le ha permitido regresar de los primeros. A algunos de sus fieles amigos los deja para siempre, ya que perecieron en esta terrible y angustiosa guerra, con otros se vuelve a encontrar ya en España, con su gran amigo Enrique y su hermano Antonio.
En su hogar, junto a su esposa, comienza una nueva vida, esta vez ya para siempre dedicada al trabajo, creando una familia. Un hombre sencillo pero que siempre tuvo amor para todos, fiel a los suyos, amigos y tradiciones. Su amor a su esposa dio como fruto a cuatro hijos que los recuerdan como unos padres maravillosos. Francisco y Rosa se entregaron siempre en cuerpo y alma al cuidado y dedicación de sus hijos, les dieron todas las comodidades posibles de aquella época, pero lo más importante fue su cariño y su ejemplo como personas. Ellos siempre los intentaron llevar por el buen camino a pesar de las dificultades. Transmitieron a sus hijos sus creencias religiosas, el respeto a los demás, pero lo más importante que les enseñaron, el amor entre hermanos.
Después vinieron los nietos mayores. Una vuelta a los primeros años de casados. Mas cariño y amor para dar y, porque no, para recibir.
En 1980, debido a un fortuito accidente con su perro Kazán, en Francisco se detecta una terrible enfermedad. Es el momento de la jubilación y comienza para ellos una nueva etapa de su vida. El reencuentro entre ellos y la comunidad a la que se incorporan. Es una período bellísimo de su vida de espiritualidad, paz y tranquilidad. Es el momento de recoger los frutos de la siembra realizada. Ante el sufrimiento físico la alegría de tres nuevos nietos, los más pequeños. La fuente de cariño era inagotable.
Entre todos sus nietos había para ellos uno especialmente deseado, como deseado fue también para sus padres. Era su “number one”, Otto. Ellos estuvieron siempre unidos a él, pero sobre todo Francisco. Para él era su mejor amigo y siempre lo será. Su nieto le acompañaba a todas partes donde podía. Su nieto recuerda aquellos largos paseos que daban en los que Francisco, su yayo, le contaba todas sus aventuras que había vivido, su juventud, y la historia de cómo él y su mujer se habían conocido, y su experiencia al servicio de su Patria y en las heladas estepas de Rusia luchando contra el comunismo. Francisco siempre que podía sacaba un rato para ver a su nieto al que quería con locura. Todo lo que él sabía se lo quiso enseñar aunque desgraciadamente no tuvo tiempo porque el 20 de febrero de 1994 tras su larga enfermedad moría. A la vez que él enfermaba, Rosita también, hecho que les hizo estar aún más unidos. Francisco deseaba morir primero porque quería prepararle el camino al Cielo. Ahora le tocaba a él hacer el recibimiento. Él sabía que ella no tardaría en morir, y su último testimonio de amor fue esta bella poesía:
Ocho semanas después, Rosita moría cogida de la mano de su nieto Otto.
Muchos más recuerdos asaltan continuamente a mi mente. Algunos vividos con ellos: la celebración de sus Bodas de Oro; el viaje a Austria y Baviera en el verano de 1992; el día grande de mi Primera Comunión. Ya sin ellos el viaje a Rusia en verano de 1997, donde pude pasear por las mismas tierras en las que luchó por sus ideales y que hoy han recobrado el nombre de Sankt Peterburgo, y ver a lo lejos el Palacio de Catalina donde él vivió la Navidad Rusa.
EPÍLOGO:
Me imagino a mis yayos en el cielo. Él tocando la cítara o el arpa, o tal vez haya recobrado su viejo violín, del que nadie supo y nunca contó su destino, Ella embelesada escuchándole bellos poemas de amor y juntos gozando del amor que tanto dieron y ahora lo tienen en plenitud, y viéndonos a todos crecer, y a las más pequeñajas de todos sus nietos a las que no conocieron.
"La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes." (John Lennon)
Os cuento, es una historia ficticia pero basada en experiencias previas, y si nos ponemos serios sería un caso de gestión de expectativas.
Lo que viene a continuación es un relato que escribí para la asignatura de literatura cuando estaba en 3º de BUP (hace ya unos 18 años). Es la historia de amor de mis yayos, Francisco y Rosa, el mejor ejemplo que os puedo poner de amor verdadero y puro. Espero que os guste
DE MADRID AL CIELO
Es el 15 de agosto de 1934. Festividad de la Asunción de Nuestra Señora. España entera está de fiesta. En pueblos y ciudades se celebran las Vírgenes de agosto. En Sevilla, la Virgen de los Reyes, patrona de la ciudad, desde que el Santo Rey Fernando III la recobrara para la Cristiandad. En Madrid, ya sabemos que su patrona es Nuestra Señora de la Almudena, pero todo el mundo se vuelca hoy con su Virgen de la Paloma. Por la mañana Santa Misa y procesión y por la tarde, la Verbena de la Paloma, inmortalizada por las notas del maestro Bretón. Y aquí entre chulapos y chulapas, manolos y manolas, felipes y mari pepas, agua, azucarillos y aguardiente, churros, porras y chocolate, y con la alegre música de los organillos comienza nuestra historia.
Dos jóvenes madrileños. Él, Francisco, tez morena, cabello rizado negro como el azabache; valiente como un Cid; culto como Don Quijote, que tan pronto se absorbía en Kant, Ortega o Unamuno, como se deleitaba con Fray Luis o Juan de la Cruz, o se embutía en el personaje del Tenorio; noble y leal como un caballero navarro. Tan hábil con el arco, no obstante había estudiado violín con el maestro Amadeo Vives, como certero con la pluma, de la que salían delicados versos de una exquisita caligrafía. Ella, Rosita, de blanca faz como la luna, pero, de castaños rizos resplandecientes como un sol, cual princesa transportada de los cuentos de hadas o de las doncellas que, en Camelot, entregaban su corazón a los valientes paladines en la corte del Rey Arturo.
Francisco y Rosita están allí. Francisco se queda fascinado de la belleza de Rosita y no puede evitar el fuerte latir de su corazón. Piensa: no puedo marcharme sin conocer su nombre. Decide acercarse y en ese mismo instante surge un gran amor, el más grande jamás existido. Pero son muy jóvenes, él 17 años, ella, más aún, casi una niña, tal vez su primer amor. Y el encuentro no perduró.
Francisco, hacedor de mil batallas, quiere olvidar y volar, pero se queda en la mar. Se alista como voluntario en la Marina de Guerra Española, y lo que sería un corto periodo, se hace una eternidad. España está en guerra. Hermanos contra hermanos. La tragedia mayor que se puede cernir sobre un pueblo. Tres años de lucha fratricida. 1 de abril de 1939. Por fin, la paz. Dicen que hubo vencedores y vencidos. Pero como en todas las contiendas todos han perdido. La tierra quemada, las ciudades destruidas, las familias desgarradas lloran a sus muertos. Tendrán que pasar muchos años para cerrar las heridas. Francisco vuelve a casa.
Mientras tanto Rosita, encuentra en su trabajo, en la vida civil, el vacío que en su corazón ha quedado.
La ciudad de Madrid, empieza a recobrar su vida cotidiana, y una vez más se dispone a celebrar a su Paloma. Los estruendos de los cañones se olvidan en el alegre vibrar de los organillos. Han pasado cinco años desde aquella primera y última verbena de Francisco y Rosa, pero el Divino Hacedor, les vuelve a unir en el mismo sitio que se conocieron. Su amor resurge como “el Ave Fénix de entre las cenizas”. Han madurado. Él ha vivido la cercanía del combate, y ella ya es una mujer, pero conserva la frescura y la ternura de aquél primer encuentro. Seguro que cuando se han sentido cerca, por sus mentes habrá pasado: Francisco de mi vida, Rosita de mi alma. Juntos de nuevo después de cinco años. No hay reproches, todo amor y ternura. No hay preguntas. Ya no hay nada ni nadie que los pueda separar y comienzan un caminar juntos.
Pero los hombres no aprenden. Antes fue España, ahora es toda Europa. El viejo continente de nuevo es pasto de las llamas. Guerra y destrucción. Francisco siente que los ideales que han ido configurando su vida están en peligro. Su amor por Rosita ha crecido de día en día, y se ha visto correspondido. Pero es la defensa de esos mismos ideales y de su amor, lo que le hace responder al compromiso que su patria, tiene en la Segunda Guerra Mundial. Se alista como voluntario en la gloriosa y heroica División Azul. Después de un corto período de adiestramiento, en los que eran pocos los momentos de encuentros, el 28 de noviembre de 1941, parte en tren hacia San Sebastián. De nuevo la tristeza de la separación. Pero era tan grande el amor que tiene por su amada, y la incertidumbre que le aguarda, que pide permiso para poder volver durante diez días y poder contraer matrimonio.
E N L A C E H I D A L G O - N A V A R R O
Esta mañana, en la iglesia de María Auxiliadora, se ha verificado a las once, el enlace matrimonial de la bella y distinguida señorita Rosita Hidalgo, con don Francisco Navarro del Pozo, voluntario de la División Azul, que mar-cha a combatir en campos de Rusia contra el comunismo. Apadrinaron a los contrayentes sus amigos la bellísima y simpática señorita Carmela Izquierdo y don Francisco Javier Rodriguez Menéndez. Deseamos a la nueva pareja que terminada en breve y con felicidad ge-neral y en particular para el valiente soldado la campaña en las estepas bolcheviques, disfruten de largos años de amorosa unión.La ceremonia se celebra el 24 de diciembre, sencilla pero emocionante.La prensa se hace eco de la noticia.
El 27 de diciembre sale hacia San Sebastián. Otra vez la separación. El 14 de enero cruza la frontera hacia un destino incierto. Primero Alemania. La División 250. Después Rusia. Y para Rosita una angustiosa y larga espera.
En el frente ya está su hermano Antonio, soltero, menor que él y que había partido en agosto de ese mismo año. El encuentro es emocionantísimo. Se funden en un abrazo como un solo hombre. Juntos luchando por una misma causa. Francisco en primera línea. Antonio en tercera, quiere cambiarle el puesto, para preservarlo y de esta forma Rosita no quedaría viuda. Francisco no acepta el sacrificio de su hermano. Hace grandes amistades. Sobre todo hay una muy especial, y que conservará durante toda su vida: Enrique.
Las cartas que él escribe, llenas de cariño y amor, no le llegan a Rosita. Se teme lo peor. Le dan por desaparecido. Pero no fue así, gracias a Dios él estaba vivo y esperando el regreso al hogar.
Él hacía de correo, encargándose de llevar la información de la batalla a sus superiores La Navidad de 1942 la pasan en el Palacio de verano de Catalina en Leningrado, que había sido tomado por el ejército Alemán. Aunque la vida en el frente es muy dura no faltan los buenos momentos. Como posee una gran habilidad, decora la mesa con manteles, de ricos bordados, hechos con papeles de periódicos y así recibir con todos los honores palaciegos al nuevo año. Pasa muchas calamidades y peligrosas misiones, soportando noches de gélidas temperaturas con el abrigo de su gran amigo de cuatro patas, su perro.
El 2 de mayo de 1943 es licenciado. El 14 ya está en casa, después de más de dieciséis meses de campaña. El hecho de estar casado, le ha permitido regresar de los primeros. A algunos de sus fieles amigos los deja para siempre, ya que perecieron en esta terrible y angustiosa guerra, con otros se vuelve a encontrar ya en España, con su gran amigo Enrique y su hermano Antonio.
En su hogar, junto a su esposa, comienza una nueva vida, esta vez ya para siempre dedicada al trabajo, creando una familia. Un hombre sencillo pero que siempre tuvo amor para todos, fiel a los suyos, amigos y tradiciones. Su amor a su esposa dio como fruto a cuatro hijos que los recuerdan como unos padres maravillosos. Francisco y Rosa se entregaron siempre en cuerpo y alma al cuidado y dedicación de sus hijos, les dieron todas las comodidades posibles de aquella época, pero lo más importante fue su cariño y su ejemplo como personas. Ellos siempre los intentaron llevar por el buen camino a pesar de las dificultades. Transmitieron a sus hijos sus creencias religiosas, el respeto a los demás, pero lo más importante que les enseñaron, el amor entre hermanos.
Después vinieron los nietos mayores. Una vuelta a los primeros años de casados. Mas cariño y amor para dar y, porque no, para recibir.
En 1980, debido a un fortuito accidente con su perro Kazán, en Francisco se detecta una terrible enfermedad. Es el momento de la jubilación y comienza para ellos una nueva etapa de su vida. El reencuentro entre ellos y la comunidad a la que se incorporan. Es una período bellísimo de su vida de espiritualidad, paz y tranquilidad. Es el momento de recoger los frutos de la siembra realizada. Ante el sufrimiento físico la alegría de tres nuevos nietos, los más pequeños. La fuente de cariño era inagotable.
Entre todos sus nietos había para ellos uno especialmente deseado, como deseado fue también para sus padres. Era su “number one”, Otto. Ellos estuvieron siempre unidos a él, pero sobre todo Francisco. Para él era su mejor amigo y siempre lo será. Su nieto le acompañaba a todas partes donde podía. Su nieto recuerda aquellos largos paseos que daban en los que Francisco, su yayo, le contaba todas sus aventuras que había vivido, su juventud, y la historia de cómo él y su mujer se habían conocido, y su experiencia al servicio de su Patria y en las heladas estepas de Rusia luchando contra el comunismo. Francisco siempre que podía sacaba un rato para ver a su nieto al que quería con locura. Todo lo que él sabía se lo quiso enseñar aunque desgraciadamente no tuvo tiempo porque el 20 de febrero de 1994 tras su larga enfermedad moría. A la vez que él enfermaba, Rosita también, hecho que les hizo estar aún más unidos. Francisco deseaba morir primero porque quería prepararle el camino al Cielo. Ahora le tocaba a él hacer el recibimiento. Él sabía que ella no tardaría en morir, y su último testimonio de amor fue esta bella poesía:
17 DE FEBRERO DE 1.994
POESÍA PARA LA YAYA
QUIERO MORIR AMANDO
COMO ELLA ME AMÓ
QUIERO MORIR QUERIENDO
CÓMO ELLA ME QUISO
QUIERO MORIR PENSANDO
COMO ELLA PENSÓ
QUIERO MORIR CON ELLA
QUE FUE TODO MI AMOR
Con mucho amor Yayo
Ocho semanas después, Rosita moría cogida de la mano de su nieto Otto.
Muchos más recuerdos asaltan continuamente a mi mente. Algunos vividos con ellos: la celebración de sus Bodas de Oro; el viaje a Austria y Baviera en el verano de 1992; el día grande de mi Primera Comunión. Ya sin ellos el viaje a Rusia en verano de 1997, donde pude pasear por las mismas tierras en las que luchó por sus ideales y que hoy han recobrado el nombre de Sankt Peterburgo, y ver a lo lejos el Palacio de Catalina donde él vivió la Navidad Rusa.
EPÍLOGO:
Me imagino a mis yayos en el cielo. Él tocando la cítara o el arpa, o tal vez haya recobrado su viejo violín, del que nadie supo y nunca contó su destino, Ella embelesada escuchándole bellos poemas de amor y juntos gozando del amor que tanto dieron y ahora lo tienen en plenitud, y viéndonos a todos crecer, y a las más pequeñajas de todos sus nietos a las que no conocieron.
"La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en hacer otros planes." (John Lennon)
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